sábado, 21 de febrero de 2009

LAS DESOLACIONES DE SAN IGNACIO



¿Sabías que San Ignacio de Loyola estuvo tentado de suicidio?



¿Qué habrá que hacer ante estas dificultades, a las que san Ignacio da el nombre de «desolaciones»? Hay que no cambiar nada de lo decidido anteriormente. Estás en una noche. No tomes ninguna determinación nueva. Sigue con paciencia, «con fuerza y constancia». Si algo quieres cambiar, es en ti mismo donde hay que realizar el cambio. Suplica más intensamente, haz penitencia, siempre, claro está, que estos medios no te hagan decaer más. No pasan de ser medios y hay que emplearlos con elasticidad con el fin de «encontrar lo que deseas».


Si estas cosas te llevan a todo lo contrario, quiere decir que te sirves de ellas como de realidades absolutas, no para encontrar a Dios, sino para encontrarte a ti mismo. En ese caso es mejor buscarse una evasión, dormir o entretenerse en cortar leña. En el fondo lo que pasa es que quieres caminar tú solo en dominios donde la sola razón y el solo esfuerzo no bastan. San Ignacio, turbado hasta lo más profundo de su ser por tentaciones de suicidio, clamaba al Señor: «aunque me fuera preciso seguir a un perrillo, lo seguiría con tal de encontrarte, Señor».



Los salmos, Job y tantos otros, han lanzado a Dios semejantes clamores. Con esta lucha se realiza una gran purificación. Hace que la persona se sitúe por encima de vanos temores y de alegrías pueriles. Como la agonía de Cristo, conduce a la vida, al amor y a la paz. Especialmente la fe se robustece. Llega un momento en que notamos que algo ha cambiado. Un cierto gozo, una alegría especial nos embarga. Estos sentimientos se sitúan a diversos niveles de profundidad: desde el entusiasmo superficial de quien está dispuesto a cualquier sacrificio, hasta la paz serena de aquel para quien Dios lo es todo. De todas maneras ha soplado una brisa que ha disipado la noche en que estábamos. Ya no soy juguete de mi tristeza ni de mis cavilaciones.



Ocurre como entre dos personas que se aman y se reencuentran al cabo de muchas dificultades: el invierno ha pasado y han cesado las lluvias. En general esto no ocurre sino después que hemos tomado conciencia del cambio. Cuando el cambio se produce quedamos maravillados. Pero al bajar de la montaña, nuestro corazón ya no es el mismo. «La capa se ha desprendido de nuestros hombros»s. Es el tiempo de la consolación, dice san Ignacio. Dios en ella se da a conocer por la vida, por la alegría, por la fuerza que inspira.


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